lunes, 19 de julio de 2010

Preludio de un Dios

Lo vì y el también me vio. Desde lejos nuestras miradas se cruzaron en una danza de odio y envidia, de ojos oscuros y expectantes deseos.

Ambos a poca distancia respirábamos los últimos segundos, con nuestro alrededor en silencio. Todo transcurría de forma lenta, como si el tiempo sigiloso estuviera escondiéndose de la vida. Cada paso, cada latido ocurría con la letanía y persistencia del viento acariciando las montañas. Solo uno de los dos podía ganar y yo no estaba dispuesto a perder, mi alma iba en ello.

La respiración se aceleraba más y mas, sentía que éramos solo dos seres en el universo en la búsqueda de lo mismo, de aquella simple esfera de luz y fuego que trae consigo la gloria.

De pronto todo se volvió gris. Mis pasos se volvieron inseguros, en la mirada del extraño pude notar que había advertido mi inseguridad. Necesitaba sacar el valor para conseguir lo que él también intentaba obtener, solamente debía ser mío.

Entonces decidí volver al barrio, buscar mi esencia; siempre que uno tenga problemas debe buscar en su pasado. Recordé el lugar de donde vengo, la lucha constante por sobrevivir al barro y a la miseria, la enseñanza de pelearle al destino.

No podía detenerme ahora, jamás daría marcha atrás en una de mis decisiones porque soy alguien de palabra, porque mi corazón es quien me guía.

Apreté los dientes con fuerza e intenté apresurar el tiempo. Mis piernas comenzaron a responderme y los sentidos volvieron a activarse; el reloj aumentó su marcha de eternidad.

Ambos corríamos desesperados, los demás ya habían quedado atrás. El astro de luz y fuego seguía elevándose mientras la distancia entre él y yo cada vez se acortaba mas, casi podíamos sentir la respiración impaciente del otro.

Cuando la distancia fue escasa tuvimos que saltar, la esfera plateada no había bajado lo suficiente. Segundo a segundo íbamos elevándonos cada vez mas, nuestras miradas estaban perdidas mirando al cielo.

La envidia había llegado aquí a su punto máximo. Ambos deseábamos conseguir lo que el otro quería, lo que creíamos que ya tenía. Ninguno deseaba perder, demasiadas cosas se encontraban en juego.

Él extendió sus brazos y yo, debo admitirlo, también lo hice (debido a la diferencia de altura jamás hubiera podido llegar). Por obra del destino sucedió lo que estaba esperando: gané la batalla.

El astro de luz me eligió y mansamente rebotó contra el suelo hasta tocar la red de la gloria. Mi contrincante siguió detenido en el aire, como perdido en una neblina de incomprensión, hasta que cayó derrotado al suelo.

Mientras yo corría de alegría por el campo de las ilusiones. Había batallado contra la desilusión, la miseria y el destino durante toda mi vida. Al fin el universo me daba la mano y podía disfrutar de la paz que se consigue al alcanzar los sueños, al poder pasar esa barrera que separa a los que solo intentan de quienes lo logran.

La gloria me cubría en su regazo y ya nada seria igual. El mundo conocería mi nombre, jamás volvería a ser un fantasma inconcluso en la tierra.